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domingo, 3 de febrero de 2013

La jaula de lágrimas


Aunque era una mañana cualquiera de un sábado cualquiera, nada era igual para Lucinda, la chica de tez pálida. Se sentía como si una espiral la absorbiera poco a poco hasta acabar con todo lo que ella creía conocer de sí misma. Así que decidió ponerse aquel chándal que solía utilizar hacía un tiempo y salió a correr.
Normalmente, Lucinda odiaba eso, porque la obligaba a meditar, y sólo pensaba en ella y en todo lo que debería y no debería haber hecho, clavándose en su corazón como grandes punzadas de remordimiento. Prefería enjaularse en su habitación con la excusa de estar cansada y la necesidad de que no se enfriaran sus tortitas con sirope matutinas. Pero hoy no, hoy tenía que correr.
Las imágenes de su infancia la atormentaban día y noche mostrándole a una niña con coletitas cuya mayor afición era ser feliz y, no era tan difícil, al menos eso recordaba. Solía ser el modelo de conducta de muchas madres y algunas niñas llegaron a odiarla porque ellas siempre la tomaban como referente; no obstante, eso no le importaba siempre que los viernes por la tarde su padre le proporcionara una gran fuente de caramelos.
¿En qué momento se convirtió en el experimento fallido de la Perfección?
Como método de autodefensa, se convencía de que perdió su habitual sonrisa a los once años, cuando su única hermana se fue a vivir a Noruega y no la había vuelto a ver después de que hubiesen pasado ya seis años. Sin embargo, sabía que no era por eso.
Lucinda se rascó el cuello, sentía como si la sudadera del chándal la oprimiera poco a poco hasta ahogarla en sus recuerdos. Le provocaba un calor sofocante, que la incitaba a retroceder, pero no podía, no quería.  Era como un castigo que la azotaba profundamente en su alma, castigo que ella creía merecer, ya que desde unos meses atrás su única fuente de energía procedía del dolor de los demás a causa de sus mordaces palabras, para saciar aquél que le provocaron hacía un tiempo.
De repente, se tropezó con una piedra. Acto seguido, cayó al suelo.
Observó sus delicadas manos, en las que ahora piedrecitas cubiertas de arena se incrustaban en sus palmas. Sintió que su mundo se resquebrajaba poco a poco con cada lágrima que aparecía en su inmaculado rostro. No era por la caída, sino por la frustración.
Cuando se levantó, se percató de que estaba en un lugar que antes consideraba como su segunda casa. Se asomó a la ventana de ésta, para recordar viejos tiempos en los que correteaba por ella. ¿Cuánto hacía que no hablaba con sus dueños? ¿Cuatro, cinco meses?
Entonces, unas imágenes comenzaron a aparecer en su mente. Recuerdos, lo llaman. Se veía recorriendo las mismas calles que había cruzado en ese instante a paso ligero. También llevaba chándal. Había salido a correr como todas las mañanas hacía. No obstante, hubo algo que hizo que se parara en el lugar en el que ahora se encontraba. Vio cómo su actual ex-novio y su antigua mejor amiga se fundían en un apasionado beso. Ella, sin comprender muy bien la situación, entró en cólera, separándolos a ambos de un empujón. No podía creer que aquella a la que había considerado durante tanto tiempo las únicas personas en las que era capaz de confiar plenamente estuvieran desafiándola a darse cuenta de que todo lo que sabía sobre la gente que la rodeaba era mentira. Después de esto, salió corriendo con el rostro cubierto en lágrimas y guardó el chándal, hasta hoy.
Sintió una descarga eléctrica emocional a lo largo de su espina dorsal, como si todo acabase de ocurrir en ese preciso instante. Tal y como aquel día, salió corriendo, escapando de una amenaza invisible, enfundada en lágrimas, mostrándose a sí misma que nunca podría superar ese dolor y precisaría el de otros para intentar volver a ser feliz.
Hay gente que siempre nos hará daño, pero el dolor que sus acciones nos produzcan dependerá de quiénes son. A veces pagamos con gente inocente nuestra frustración como si así pudiésemos vengarnos de aquellos que acabaron con nuestra autoestima. El mundo está lleno de obstáculos llamados decepciones, y es difícil sortearlos. La vida no es fácil y nunca lo fue.