Imagen de Anastasia Shuraeva
Sarah tiene dieciocho años y es actriz. No, no actúa en ningún escenario y no ha salido en tu serie favorita, es actriz de la vida, ha creado su propio personaje en torno a su persona.
De pequeña, cuando jugaba con sus amigos, todos fingían ser alguien que no eran. Ya sabes, la Sirenita, Cenicienta o Hermione Granger, depende del día. Sin embargo, una vez todo esto terminó, ella continuó actuando de cara a los demás. Fue el momento en el que vio que su situación en casa era muy diferente a la de sus amigos, no comprendía cuál era el problema pero simplemente su vida era distinta. ¿Peor que la de los demás? Todavía no lo podía saber con certeza. Pero no podía ser sincera, veía lo que otras personas de clase hacían con los que no encajaban, los marginaban. Eso no le iba a ocurrir a Sarah, ella luchó por ser una más, incluso si para ello tenía que mentir.
Pero no son mentiras realmente ¿no? –se excusaba– Quiero decir, al final, no contar la verdad no es mentir, simplemente es guardarte cosas para ti.
Con esa "razón", día tras día, escondía sus lágrimas en un pañuelo, los gritos que escuchaba en sus auriculares y su apatía en una sonrisa. Y así fueron pasando los años, hasta que Sarah se acostumbró representar el papel de la alegría y la vida plena, pero solo delante de sus amigos, quienes se habían convertido en sus focos y cámaras. Era feliz, por fin había conseguido creerse su papel, ya era toda una protagonista de película.
A día de hoy, Sarah continúa siendo la actriz perfecta de su vida imperfecta. Esta historia no tiene moraleja porque, tras llegar a la edad adulta, sabe que no solo ella ha narrado su propio cuento inventado, son muchos los que esconden las mayores tristezas en el bolsillo del pantalón.
Pero no son mentiras realmente ¿no? –se excusaba– Quiero decir, al final, no contar la verdad no es mentir, simplemente es guardarte cosas para ti.
Con esa "razón", día tras día, escondía sus lágrimas en un pañuelo, los gritos que escuchaba en sus auriculares y su apatía en una sonrisa. Y así fueron pasando los años, hasta que Sarah se acostumbró representar el papel de la alegría y la vida plena, pero solo delante de sus amigos, quienes se habían convertido en sus focos y cámaras. Era feliz, por fin había conseguido creerse su papel, ya era toda una protagonista de película.
A día de hoy, Sarah continúa siendo la actriz perfecta de su vida imperfecta. Esta historia no tiene moraleja porque, tras llegar a la edad adulta, sabe que no solo ella ha narrado su propio cuento inventado, son muchos los que esconden las mayores tristezas en el bolsillo del pantalón.