-¡Por favor, no me hagas daño!-gimió mientras se apretujaba contra la puerta sentada. Las lágrimas se convertían más dolorosas a medida que pasaban los segundos.
La persona que se había transformado en su verdugo la miraba con un falso sentimiento de lástima, disfrutaba de la situación; y lo que más le divertía era ver cómo su oponente se mostraba débil y se debatía entre lágrimas en lugar de actuar y plantarle cara. Pero no le sorprendía, toda la gente se comportaba de la misma manera.
Se agachó para observarla mejor, sus mejillas se habían vuelto sonrosadas a causa de la congestión producida por el llanto.
-Haré lo que quieras si no me tocas-negó con la cabeza a la vez que repetía las palabras sacadas de un discurso que había realizado unas horas antes por si no tenía recursos para continuar. La negación, producida por su subconsciente, delató que ella no tenía pensado en ningún momento cumplir su promesa.
-Supongo que eso debiste pensarlo hace unos días en lugar de ignorar mis advertencias. Ahora ya es tarde.
Volvió a negar con la cabeza asustada, diciendo “por favor” cada dos segundos. ¿Qué podía hacer ella contra una persona como ésa? ¿Luchar? Me temo que no. Solamente esperar el desagradable final que le esperaba. Sin embargo, ella no asimilaba que iba a ocurrir, no había llegado tan lejos para que las cosas acabasen así. En las historias que su abuela le leía cuando era pequeña los buenos siempre salían ganando y el malo perdía, desgraciadamente la realidad nunca fue así. No habría ningún príncipe que llegase con un zapato de cristal a colocárselo en su diminuto pie. Porque en la vida real, podían ganar tanto los buenos como los malos; una ruleta de la fortuna en la que te podía tocar de todo.
Por eso cuando unas frías manos la agarraron de sus tobillos gritó tan fuerte como pudo para que alguien la oyese y ganar la partida en el último momento.
-No te molestes en gritar-comentó-. Todo el mundo está rendido en un sueño profundo, lo único que conseguirás será quedarte afónica.
Deseó que fuese una mentira que le había contado, pero lo peor es que nunca mentía; lo que quería decir que hasta una persona que tuviese problemas para dormir esa noche lo haría como un lirón. Así que lo único que hizo fue reprimir las pocas lágrimas que le quedaban y aferrar sus uñas al suelo.