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domingo, 9 de septiembre de 2012

¿Qué nos pasa?


Hoy quería hablar sobre un problema que, si eres escritor, te habrá ocurrido alguna vez. Me refiero al temido "bloqueo" que, en ocasiones, nos impide escribir con tranquilidad y nos invade con preguntas como: ¿Vale la pena continuar con esto? o ¿Para qué?
Todo comienza en el momento en el que creas una historia, en cuanto la misma idea aparece en tu mente sin avisar siquiera. Parece muy fácil: introducción, nudo y desenlace. Después de todo, somos escritores y eso es lo que hacemos, ¿no?
El principio es bastante sencillo y, si soy sincera, la parte más entretenida de todo el libro; estás desarrollando una idea que llevas estructurando con tu imaginación durante algún tiempo, la adrenalina corre por tus venas a la par que escribes en tu ordenador, libreta, etc. Es divertido presentar a los personajes principales, a los no tan importantes, crear un pasado en sus vidas, inventar una sociedad muy diferente a la actual (en el caso de que el género de tu historia sea futurista), y documentarte un poco sobre algunos sitios y hechos pasados antes de representarlos en tu libro.
El dilema aparece en el instante en el que te acercas al nudo; la mayoría de las veces tendrás que narrar capítulos que no son del todo interesantes sólo para que se den a cabo aquellos acontecimientos que son claves para que la trama tenga sentido, aquél que tú quieres proporcionarle. Es entonces cuando comienzas a sentir ese bloqueo.
Lo primero que sientes una vez haya aparecido en tu vida será agobio, aquella historia por la que habías apostado tanto se volverá algo pesada, haciendo que tu fascinación por ella disminuya hasta el punto que una vocecilla empiece a susurrarte si lo que estás haciendo es tan bueno como pensaste en un principio, si merece la pena escribir algo que no te va a servir para nada o, incluso, si has nacido para esto.
Pero ahí no acaba el asunto, un día te invade una nueva idea sobre un libro aún mejor hasta que consideras necesario dejar el actual por el nuevo. Cuando quieres percatarte de la situación, te encuentras en una interminable espiral que te imposibilita imaginar con claridad algo sin sacarle una pega.
Como persona que ha pasado por ello (creedme, un montón de veces), es importante desechar de tu mente todo pensamiento negativo sobre tu trabajo, porque éste es diferente a los demás y eso lo hace especial. Hay que luchar por terminar la historia con la que tanto has trabajado y pensar que ese esfuerzo será recompensado con grandes creces en un futuro no tan lejano.
A veces, este bloqueo también está infundado por el miedo de lo que piense la gente en cuanto lea tu historia (si puede parecer demasiado cursi, siniestra, aburrida...). De ser así el problema, siempre puedes pedirle a alguien cercano que la lea, si es que no la subes a Internet. No sirve la excusa de me da vergüenza; comprendo que tengas "miedo", pero si de verdad quieres ser escritor, hay que enfrentarse a aquello que temes, y eso se hace desde ya.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Pisadas que dejan huella


Caminaba, caminaba sola por el frío bosque. Durante un largo periodo de tiempo, los árboles, que ahora se desnudaban poco a poco deshaciéndose de las hojas que cubrían sus vergonzosas ramas, su blanco camisón y ella se habían encaminado en una peregrinación mental de la que prometía volver pronto. Y, de hecho, se había tomado demasiado en serio su misión.
¿Cuánto tiempo llevaba fuera?, ¿semanas?, ¿meses? Sólo recordaba que cuando partió, los prados se teñían de un saludable color verdoso que empujaba a cualquiera a sus adentros. Ahora, acercándose al corazón de un bosque situado en mitad de la nada, la hierba y las hojas secas morían bajo sus pies con cada paso que ella daba.
Hacía frío, no obstante, las bajas temperaturas no provocaban reacción alguna que tuviera como causa su veraniega prenda; sus entumecidos dedos habían soportado tanto que ya no sentía nada, como si fuese un sueño, su subconsciente trataba de engañarla.
Su madre la mataría si se enterase que iba tan ligera de ropa en esa época. Aunque, ¿era eso verdad?, ¿acaso tenía alguien que criticaba cada una de sus elecciones sin permitirle equivocarse por sí misma? No lo sabía, pues, durante su viaje, había creado tantas realidades paralelas con su imaginación que ya no recordaba cuál de ellas era la que había acunado a la joven hasta convertirla en un proyecto de mujer.
Sí que se acordaba que cuando se marchó repentinamente de su hogar, situado en cualquier punto del planeta, quería olvidarse de todo aquello que la abrumaba día a día, dejar de lado el bullicio de la gente que conspiraba contra ella con sus miradas maliciosas, deshacerse de los pensamientos que la envenenaban poco a poco con su burbujeante odio...
Había estado tanto tiempo sin conversar con su mente que, cuando deseaba contarle sus sentimientos más profundos y compararlos con otros ya pasados, ésta no podía contactar con él, como si nunca hubiese existido, como si su vida se basase sólo en ir a algún lugar que ella desconocía. 
Había olvidado su voz, hacía tanto que no hablaba que ya no sabía ni cuál era el secreto para hacer vibrar sus cuerdas vocales, como si de un hechizo de magia se tratase. Su registro le era prácticamente desconocido, no se decantaba por si su voz era chillona caramelizada en arrogancia o grave y bastante provocativa. ¿Quién se lo iba a decir, el viento?
En el reflejo de algún pequeño lago podía presenciar una figura esbelta con el pelo oscuro que mostraba un semblante inexpresivo. Las calmadas aguas le revelaban que era ella, cosa que negaba rotundamente. ¿Desde cuándo se había transformado en eso? Los mechones negruzcos caían amenazantes por sus hombros advirtiéndole sobre el animal que se había vuelto; las ojeras se trazaban bajos sus ojos sumiéndola en el cansancio que intentaba apoderarse de ella poco a poco; en cuanto al vestido, o lo que quedaba de él, narraba los más crueles enfrentamientos con los seres vivos de alrededor, siendo como una prueba de fuego en su memoria.
Desde entonces su misión cambió. En un momento, quiso encontrar a su verdadero yo y lo único que hizo fue perderse todavía más en la neblina de su conciencia. Entró por olvidar todo de sí misma y, ahora que lo había conseguido y se había dado cuenta de que no era el camino correcto, retrocedería buscando a la prepotente joven de antes, si es que recordaba cómo hacerlo o si sería su antiguo yo y no uno de una realidad distinta. Mientras tanto, continuaría caminando.