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domingo, 3 de agosto de 2014

El laberinto sin salida




Sera tenía quince años cuando entró en el laberinto. Había visto multitudes de veces cómo la gente entraba en ellos y se sumía en todas sus ramificaciones. En ocasiones, la monotonía de la vida era demasiado aburrida y ésta te pedía a gritos los altibajos de las preocupaciones. Por eso, entró en el laberinto.
Su único acompañamiento era una mochila, en la que llevaba varios entretenimientos por si se cansaba en el camino a la perdición. Pero Sera aún veía la luz de la salida del laberinto y ella quería adentrarse aún más en él, hasta que sólo la sumiera la oscuridad.
No obstante, hubo un momento en el que la oscuridad era bastante agobiante y ella, abrumada por esos altibajos que antes ansiaba sentir, decidió que era momento de salir de él y recuperar la monotonía de la alegría. En su mochila encontró un mapa con las bifurcaciones del laberinto; le costó un poco ubicar dónde se encontraba, pero finalmente pudo guiarse.
Un día, encontró a una chica de más o menos su edad –ahora dieciséis–. Ésta sujetaba una lámina de cristal. Mientras caminaban, ella le contaba que dependiendo de cómo le diera la luz al cristal, un lado se vería como si fuese un espejo o no. Entonces, la joven desconocida torció por la derecha, cuando el mapa decía que tenía que ir por la izquierda para salir del laberinto.

—Perdona —comentó Sera—, pero según el mapa para llegar a la salida tenemos que ir por la izquierda.
—¿En serio le vas a hacer caso a un puto mapa? —le recriminó la otra.

Sera se sintió estúpida, pues era verdad que un trozo de papel no iba a saber más que una persona.
La joven desconocida, cuyo nombre era Bebida, la llevó a una zona donde había más gente como ella. Todos llevaban utensilios varios: una pistola de silicona, cintas adhesivas y otras herramientas cuyos nombres desconocía. Se sentía mal porque era la única que no llevaba nada útil, sólo un estúpido mapa que nunca la llevaría a la salida. 
Durante unas pocas semanas, estuvo al lado de Tabaco, Cocaína (Coca para los amigos), Éxtasis y otros cuyos nombres no recordaba. Sin embargo, su relación con Tabaco era algo especial, se contaban todo y ella confió en él tanto como ella creía que él lo hacía. Por eso, cuando le pidió que quemara ese dichoso mapa, no dudó en hacerle caso.
A la mañana siguiente de hacer eso, se despertó sola. Sus hasta entonces amigos se habían marchado, tal vez volverían más tarde. Pero no lo hicieron. Pasaron lo que ella recordaba que eran días y días y seguía sola. Se dio por vencida, la habían abandonado y ahora tendría que continuar el viaje sin ellos y sin el mapa.
Tardó semanas en encontrar el camino sola. Le daba la sensación de que se adentraba más en él pero un día lo vio: esa luz que la acariciaba a ella y a todo el paisaje que veía antes sus ojos. Sólo le quedaba por cruzar ese rectángulo con complejo de marco de puerta sin puerta y sería libre.
Entonces, se chocó con algo. Una lámina de cristal la separaba del exterior. Sera no lo quería creer pero apostaba que era la misma que Bebida llevaba siempre consigo. En ese momento, todos esos utensilios que llevaban encima sus demás amigos comenzaban a formar parte de un maquiavélico plan para sellar el cristal y quitarle todas las oportunidades de ser la chica que era antes.
Golpeó el cristal con todas sus fuerzas, pero este no se rompía. Gritó, pero ninguno de los que pasaban la oían o siquiera la veían dado que estos, al pasar, sólo observaban sus reflejos. 
Los ojos se le llenaron de lágrimas, había confiado en quien no debía. Había rechazado la ayuda de aquellos que querían sacarla de esa pesadilla de laberinto, pero ella había preferido acercarse a los que sólo querían destruirla. Y ahora pagaba las consecuencias. 
Desesperanzada, se giró y se adentró en la oscuridad de la había salido. Todo laberinto tenía dos salidas y éste no sería una excepción, ¿verdad? ¿VERDAD?

He estado unos meses desaparecida y lo lamento mucho, pero este año cursaba segundo de bachiller y he tenido que poner todo mi empeño para sacar el curso con buenas notas (al igual que la Selectividad). Hace nada retomé mi otro blog y éste no iba a ser menos. También quería deciros que hace casi un mes hice tres años con este blog y no sabéis lo contenta que estoy ¡gracias a todos y espero que os haya gustado la entrada de hoy!

domingo, 9 de febrero de 2014

Al ritmo de las palabras



-¿Qué te pasa?

-Estoy deprimida. 

-¿Y eso?

-Nada, tonterías. 

-¿Es acaso la hipocresía de la gente lo que te deprime? ¿El tener que encajar en una sociedad a la que no perteneces? ¿Que tengas que fingir una sonrisa delante de todos cuando es mentira? 

-¿Qué dices? Soy feliz. Vale, sí, puede que mi vida no sea perfecta, pero estoy bien con mis amigos, con mi familia y con mi pareja. Es la música lo que me deprime. 

-¿Hablas en serio? Pero si la música es una de las mayores fuentes de inspiración que hay en todo el mundo. Te transporta a otros lugares, te hace llorar, reír... ¿Qué tiene de malo?

-Es una música estancada, bastante morbosa. No sabe tratar de otra cosa que no sea o sexo o la muerte. Me parece muy bien que los cantantes estén cachondos y necesiten tirarse al primero que ven en una discoteca, pero ¿no piensan que, al final, resulta un poco cansino? En cuanto a lo de la muerte no hace decir por qué deprime. ¿Qué ha pasado con la otra música, la música que enseñaba unos valores? La música antes era de otra manera, y lo más deprimente que podías oír era una canción sobre el desamor. No quiero decir que ahora no haya canciones que hablen de otras cosas, pero no es lo que más se oye en la radio, ¿o me equivoco?

-Podrá resultar todo lo cansino que quieras, pero la música más comercial suele hablar siempre de sexo, o al menos lo insinúa. Y la música sobre la muerte, no habla realmente sobre ella, sino sobre los sentimientos del cantante que los plasma de esa forma. ¡Ah, y te olvidas de las canciones que hablan de las fiestas o de las drogas!

-No me he olvidado. Tarde o temprano, acaban hablando de sexo. No falla nunca -saca su MP3 del bolsillo-. Y como, por desgracia amigo, mis quejas no van a cambiar nada, voy a escuchar música para deprimirme un poco más. 

domingo, 2 de febrero de 2014

Memories





Recuerdo mi primera vez. La primera vez que me enamoré. Tenía quince años y por aquel entonces lo único en lo que pensaba era cómo sería Britney Spears desnuda y que era suficientemente mayor como para que me gustara Pokemon. 

La conocí una noche de verano, tenía la misma edad que yo y nuestras aspiraciones eran similares. No habían pasado tres horas y ya estábamos juntos. Locura, lo llamaban los mayores; romántico, lo llamaban aquellas niñas que aún veían Disney Channel.
Los primeros días fueron los más incómodos y, a la vez, felices. Más que novios, parecíamos dos amigos que se cogían de la mano y se besaban de vez en cuando.
Pero luego surgieron los problemas. No es que fueran graves ni nada parecido, pero éramos muy jóvenes, y lo que ahora nos parecería piedras en aquel momento eran muros gigantescos que nos separaban de la fortaleza del amor. Habíamos perdido ya la lucha antes de comenzarla y no fuimos lo bastante fuertes como para continuar. 
Nuestra última conversación estuvo repleta de lágrimas y falsas ilusiones. Era ella la que lloraba. Yo no, porque consideraba que era lo políticamente correcto, que en realidad no la quería y había sido sólo una fácil diversión. Pero, ¿a quién quería engañar?
Poco a poco, sus lágrimas se secaron: y poco a poco, las mías florecieron, marchitando todo mi jardín de júbilo. No es que ella fuera la única, pero sí la que más me llegó. Y es que el primer amor nunca se olvida.
A veces fantaseo que la vuelvo a ver, tomamos un café y recordamos todos aquellos momentos que una vez nos hicieron reír. Que en el último momento me dice que me ha echado de menos y volvemos juntos. Pero, ¿a quién quiero engañar?
La verdad es que no supe apreciar lo que tenía. A veces me recrimino que, de haberla conocido más tarde, a lo mejor hubiéramos podido tener nuestro vivieron felices y comieron perdices
Tal vez, mientras escribo esto en una cafetería, ella pase de largo por la calle y finja no conocerme tras verme por la ventana. O, simplemente, no me reconoce. Quizás, ella ya ha entrado y pedido su café y como yo estoy tan distraido desahogándome no me he dado cuenta. Puede que le diga hola y le pregunte si la conozco de algo. Le diré otro nombre para que no sepa que soy quien le rompió el corazón, sino su hermano gemelo aun siendo hijo único. 
Pero no está, se fue y no volvió. Mejor dicho, la eché de mi vida y ella siguió mi mandato a rajatabla. Mi causa creó un efecto en ella. Las consecuencias son estas. A lo mejor algún día puedo rectificarlas. Pero, ¿a quién quiero engañar?

domingo, 26 de enero de 2014

Entre las sombras





Este relato es ficción. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.

Su nombre era Amanda Addison. Amy para los amigos. Doble A para él. Desde que era pequeña, le habían inculcado que los Lobos era la banda más peligrosa que se encontraba en el bosque. Tal vez fuera porque el linaje de los Addison se encargaban de intentar acabar con aquellos vándalos tras una enemistad de familias o porque realmente fueran peligrosos. 
Y creció, creció como un pájaro libre con cadenas al que le impedían volar. Como era normal, debía formar parte del grupo que cazaba a los Lobos. Y no sólo estaba su familia, sino muchas más del pueblo. 
Aunque al principio daba la sensación de que era bastante enclenque, pronto demostró todas sus aptitudes y se convirtió en la más temida por los Lobos. La capa con capucha roja era como su símbolo, muestra de que pronto la oscuridad del bosque haría desaparecer a uno de a ellos y a ella conseguir una victoria más. 
Entonces apareció él, un joven que afirmaba que los Lobos le habían arrebatado todo lo que su familia era. No pertenecía al grupo, y aunque ella le recomendó que lo hiciera, este se negó en rotundo. Poco a poco, ella no supo cómo, él la enamoró con su encanto. La atrajo de tal modo que un día le incitó que hicera algo loco. Que hiciera justicia. Que acabara con los Lobos de una vez por todas. Y, es que sabía perfectamente dónde estaba su morada y la forma idónea de tenderles una emboscada. 
Ella, loca de amor, le hizo caso. 
El plan era que pillara por sorpresa a los Lobos en la casa abandonada del campo que utilizaban como modesta residencia. Iría sola, dado que no había que levantar sospechas. Él avisaría a los demás para que la siguieran y así actuar como refuerzos. 
Fue por el camino que le había indicado. Casi sintió pena. No le hacía gracia, pero esa era la única forma de acabar con los Lobos. Creía haberla amado. Llegó a la casa. Pero la familia era lo primero. Todos estaban esperándola. Puede que algún día se arrepintiera. Estaba sola. Pero ahora no.
Nadie volvió a ver a Amanda Addison desde aquel día. Lágrimas y sollozos después, encontraron su capa roja en una cabaña supestamente abandonada. Hacía semanas que su novio había huido y faltarían unas cuantas para que se supieran que era un infiltrado de los Lobos que quería desestructurar el grupo por dentro. 
La gente comenzó a especular. Había algunos que afirmaban que Amanda ahora pertenecía a los Lobos y era la líder de ellos junto a él. Otros afirmaban que había conseguido huir en el último momento. Pero unos últimos se ponían en lo peor. 
Poco a poco, la gente fue modificando la historia a su antojo. El novio se convirtió en un animal que representaba a la antigua banda. Después, rejuvenecieron a Amanda y pasó a ser una niña. Hasta llegaron a crear a una abuelita inexistente y una cesta que Amy tenía que llevarle. 
Pero ya no era Amanda Addison. 
Ahora era Caperucita Roja. 

domingo, 19 de enero de 2014

Relacion iPhonetástica



La palabra iPhone hace referencia a la vida, no al móvil de la marca Apple.

Recuerdo la primera vez que te vi. Fue en AppStore, mientras estaba desesperada por encontrar una nueva aplicación que satisfaciera mis necesidades. Y ahí estabas tú, mostrándote como la perfección de todo lo que podía creer conocer. Me hiciste pensar que tú, creador de tu locura, te habías hecho  ti mismo de forma altruista, de forma que no me costase nada acceder a ti y disfrutar de todo lo que podíamos ser tú y yo.
La primera actualización fue bastante buena, la segunda incluso mejor que la primera. Pasaba horas y horas contigo porque me hacías feliz. Me llenabas como ninguna persona podía hacerlo, o eso creía...
Entonces comenzaron los problemas. Me pedías constantemente dinero con el pretexto de que si quería seguir usando esa aplicación debía pagar una cierta cantidad de dinero cuando tú precisases de él. Para estar juntos, decías. 
Pero eso no fue suficiente. Cada vez ocupabas más espacio en la memoria interna. Entonces tenía que elegir: o ellos o tú. Renuncia a él, no es más que escoria en tu iPhone, solían comentarme las demás aplicaciones cuando mostraba mi deseo de hacerlos desaparecer de mi iPhone para siempre. Pero tú siempre estabas por delante de los demás. 
Primero fueron aplicaciones recientes que había conocido incluso antes que a ti. Alegabas que eran una mala influencia para mí, y siempre me recomendabas aplicaciones amigas con las que has tenido más de un roce virtualmente cariñoso. 
Después fui apartando de mi iPhone aplicaciones que me habían acompañado desde el principio e incluso antes de existir. Pero tú seguiste creciendo, ocupando el espacio que no tenía, oprimiéndome hasta sentir que me faltaba el aire. Y, ¿lo peor de todo? Estaba sola.
Esa felicidad que me dabas había desaparecido, me advertías de que el espacio del iPhone era insuficiente para que continuaras ahí, que el dinero que te daba no era el que tú me pedías. Poco a poco, el níveo cristal rectangular que formaba mi vida se resquebrajaba, y yo no hice nada por evitarlo, hasta que mi iPhone colapsó en el suelo. Recuerdo esa sonrisa que esbozaban mis labios porque creía haberte dejado para siempre. Comenzaría desde cero con un nuevo iPhone, lejos de ti, y con la gente que me había acompañado y que seguro que me perdonarían. 
Sumida en el abandono y la preocupación, era demasiado tarde para librarme de ti, para intentar soltarme de los códigos de cuatro números que me bloqueaban constantemente mi acceso a ti. 
Pero no era demasiado tarde para que me apagaras.

Hay personas que aportan felicidad, otras que no aportan nada y unas que hacen daño. Es difícil deshacerse de estas últimas, pero aún es más difícil intentar sobrevivir junto a ellas.


sábado, 11 de enero de 2014

El adiós del silencio


Ella:

-¿Lo importante está en el interior? ¡Y una mierda! Siempre nos han dado la lata con que da igual que seas muy feo, que si eres buena persona el karma te lo recompensará con cien mil chicos. Vale, dime, ¿dónde están todos esos chicos? Porque, fíjate, Jasmine es buena persona, pero luego nada. Si al final a los chicos sólo les importa una cosa, un par de tetas y un buen culo.
Los chicos son bipolares, en serio. Si eres rubia, eres tonta y entonces no les gustas; pero si no les gustas es porque aaah, no eres rubia. Si eres delgada, malo porque no tienen dónde agarrar; si estás rellenita, malo también. Las mujeres altas no les gustan, pero luego siempre les van las que llevan un buen tacón. Hay que ir muy arregladas para atraer a uno, pero luego se quejan de que sólo nos quieren naturales. ¿Lo importante está en el interior? Eso sólo se lo dicen a los feos.

-Aaaah, eres fea. 

-Tú eres tonta, de verdad. 

-Bueno, yo no soy la que se ha peleado con su novio. 

-Pero es que no lo entiendo, de verdad. Me dice que me quiere mucho pero luego me ignora porque considera que su Play Station es más importante que yo. 

-¿Pero tú lo quieres?

-¿A quién?

-A Él. 

-Más que a nadie.

-Entonces, ¿por qué te centras tanto en lo que no te gusta de Él?

-Porque me pone de los nervios.

-¿Y no sería más fácil olvidar lo malo y centrarse en lo bueno? Nadie es perfecto.

-Lo sé. Es el único al que le gusta el mismo estilo de música que a mí, me hace reír cuando yo misma creo que no volveré a hacerlo, me ayuda cuando tengo problemas... ¡Ah! Y tolera mi amor por Bob Esponja. 

-¿Y por qué no intentas arreglarlo con Él?

-Porque Ellos deben dar el primer paso, como me han dicho siempre. Si Él no me llama, me demostrará que en realidad no le importaba. Y eso, amiga mía, me dolería mucho. 

Él:

-¿Lo importante está en el interior? ¡Y una mierda! Cuando era pequeño mi madre me lo decía constantemente. Que no, hijo, que lo de fuera no importa; que hay que ser bello por dentro. Eso me lo diría porque me vería feo, o tonto... ¡O las dos cosas! Pero luego las tías siempre buscan lo mismo. 
Las chicas son bipolares, en serio. Dicen que les da igual el tamaño, pero luego cuanto más grande, mejor. 

-Aaaah, la tiene pequeña. 

-Tú eres estúpido, de verdad. 

-Bueno, yo no soy el que se ha peleado con su novia. 

-Pero, es que no la entiendo, de verdad. Me dice que me quiere mucho y me consta, pero luego me ignora porque hacen su serie favorito y luego me reprocha que yo la ignoro con la Play Station. 

-¿Pero tú la quieres?

-¿A Ella?

-Sí. 

-Daría mi vida si hiciera falta.

-Entonces, ¿por qué te centras tanto en lo que no te gusta de Ella?

-Porque me saca de quicio.

-¿Y no sería más fácil olvidar lo malo y centrarse en lo bueno? Nadie es perfecto.

-Lo sé. Es la única que sabe con mirarme qué es lo que me pasa, siempre me apoya con lo que me gusta y comparte mi afición con los Power Rangers. 

-¿Y por qué no intentas arreglarlo con Ella?

-Porque la he fastidiado demasiado como para que me perdone. Sé que diga lo que diga nunca lo arreglaré con Ella. Y eso me entristece... aunque tengo la confianza de que Ella me llame para demostrarme que, cuanto menos, me ha perdonado. Y cuando eso ocurra, amigo mío, seré la persona más feliz del mundo. 

La gente se refugia en el orgullo y en el miedo inconscientemente con la esperanza de que les ayudará a solucionar un problema con sus amigos, parejas, etc.; cuando no se dan cuenta que lo único que harán será destruir los pilares de su tan perfecta relación.


¡Hola! Primero, antes de nada, quiero daros las gracias por los 
300 seguidores. Sin vosotros no habría podido ser posible. 
Segundo, me apetecía dedicaros esta entrada por ser los mejores. 
¡Muchas gracias y espero que la disfrutéis!

sábado, 4 de enero de 2014

Lo que la apariencia esconde




Albi no es feliz.

Alexandra Albertson tiene dieciséis años y no es feliz. No es que lo sea realmente, pero le falta todo aquello que podría hacerla feliz de verdad. Desde que era pequeña, había sido rechazada socialmente por la mayoría de sus compañeros sin razón alguna y sus amigos se resumían a los tres o cuatro inadaptados que no encontraban a gente con quien estar, como ella.
Cuando pasó al instituto, sin embargo, Cynthia era la única amiga de ese grupo marginado que la acompañaría. Albi tomó el nuevo comienzo como una oportunidad para extender sus alas, para volar y salir del nido. Pero su suerte no fue así. Mientras que Cynthia encontró nuevos amigos que la aceptaron de buena gana, Albi se quedó arrinconada en un lugar oscuro del que no pudo escapar.
Albi estaba en los recreos sola. Comía en los lavabos para que la gente no se percatase de que era lo suficientemente inadaptada como para no integrarse entre el gentío de adolescentes que fluían en los pasillos como las acuarelas en los lienzos.
Un día, al salir del lavabo, se encontró con K-O. Es tan popular, tan guapa, tan afortunada. Todas las chicas con dos dedos de frente desean ser ella, llevar a los chicos detrás como si fueran perros falderos y sobre todo, tener amigos, montones de ellos. Albi está segura de que K-O era la perfección. Daría todo lo que fuera por ser ella. Albi quiere ser K-O.

K-O no es feliz.

Katherine Osborne tiene dieciséis años y no es feliz. La gente la llama K-O para hacer un juego de palabras con sus dos iniciales y a la vez para bromear con el hecho de que los chicos se derriten por sus huesos cada vez que la ven pasar con su minifalda de cuadros.
A primera vista, K-O tiene todo lo que podría desear cualquier adolescente de su edad: chicos, un buen status social en el instituto, amigas, ser la capitana de las animadoras... Pero todo ello se acaba una vez cruza el umbral de su destartalada casa. Y es que su vida familiar se resume en la soledad perpetua porque su padre es ludópata, su madre, alcohólica y su hermana mayor se pasa la mayor parte de las horas trabajando. Para que ésta pueda ir a estudiar, suele decir constantemente. Llora casi todas las noches por tener una familia feliz, incluso aunque tuviera que renunciar a todo aquello que había conseguido. Porque después de todo, dentro de dos años todo se acabaría y la gente se olvidaría de ella. Lo único que quedaría en su vida serían los resquicios de una familia rota.
Un día se encontraba esperando en la entrada del instituto a que el chico que la acompañaba en ese momento a todas partes (novio se hacía llamar) la recogiese. Odiaba que la hicieran esperar, y tal vez eso fuera una excusa para deshacerse de él. Sin embargo, no sabía que esa espera le cambiaría la vida.
     Hola escuchó a sus espaldas.
Cuando se giró, observó a una chica menuda que le tendía un pintalabios. La había visto varias veces en el instituto, pero no podría recordar dónde ni cuándo.
     –Se te ha caído el pintalabios del bolso.
K-O lo metió en el bolso. Le agradeció que lo hubiera encontrado con palabras exigentes, que le pedían que le dijera cómo se llamaba.
     –Soy Alexandra Albertson, pero todo el mundo me llama Albi porque...
   –Vale –respondió cortante, dado que no le interesaba el origen del apodo de una chica con la que seguramente no volvería a hablar.
Permanecieron en silencio durante varios minutos. La presencia de Albi la agobiaba, no dejaba de sentir cómo sus ojos la escrutaban sin descanso. Pero, a los pocos minutos, una mujer de mediana edad apareció y se acercó de forma bastante decidida a Albi.
     –Ya estoy aquí –comentó de forma vehemente. Comenzó a hablarle a Albi como si K no estuviera presente–. Estaba pensando que primero podríamos ir a comprar los regalos de Navidad y después podríamos hacer los muñecos de jengibre que tanto os gustan a Nick y a ti.
     –Mamá... me estás aborchonando –dijo Albi por lo bajo para que sólo la escuchase su madre e hizo un ademán con la cabeza para que observase que no estaban solas.
     –Ah, hola –exclamó eufórica cuando vio a Katherine–. Es la primera vez que te veo, ¿eres amiga de Albi?
Ninguna de las dos jóvenes respondieron. La madre tomó el silencio como un no, además de que sabía la situación social de su hija. Lo había hecho todo porque tuviera amigas. Todo.
     –Da igual –continuó–. ¿Te apetece venir con nosotras y nos ayudas con los muñecos de jengibre?
     –¡Mamá!...
     –Me encantaría, pero ya he quedado –fue lo único que contestó K-O.
Albi se fue indignada esa tarde con su madre por haber siquiera haberle propuesto a la mismísima Katherine Osborne el pasar la tarde con toda su familia cuando ella seguro que estaba demasiado ocupada como para aceptar la invitación de una desconocida.
K-O se quedó estupefacta toda la tarde e incluso no fue capaz de hablar delante de Robert... Roger... o lo que fuera. Dudaba si las Navidades con su familia serían acaso el intento de las Navidades fallidas. Desde ese día, cada vez que ve a Albi, a su madre o alguien que parezca pertenecer a su familia siente una punzada de odio y envidia. Ella siempre ha querido tener una familia así, que la mimara y la quisiera de verdad. Daría todo lo que fuera por ser ella. Desde entonces, K-O quiso ser Albi.
 
No hay que fijarse sólo en las apariencias, porque a veces éstas
 pueden ser un disfraz para ocultar una horrible realidad.