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sábado, 31 de marzo de 2012

Invierno

Copos de nieve caían en mi rostro reivindicándose, mostrándome que estaban allí otra vez, como todos los malditos inviernos. Era una especie de ritual que se repetía todos los años; en Noviembre las nubes aparecían con mares de lluvia sin dejar segundo alguno de protagonismo a nuestro querido Sol, y cuando llegaba Diciembre, esta era sustituida por la nieve.
Al principio, en mi infancia, me gustaba. Recuerdo tardes junto a Kim haciendo angelitos en el suelo -aunque a ella más que figuras celestiales le salían pequeños demonios-, muñecos de nieve sin nariz y con una boca hecha de los botones que se descosían de nuestros grandes abrigos.
Nuestras mejillas solían teñirse del color de las manzanas indicando la necesidad de volver a nuestra casa y, más de una vez, nos constipamos por negarnos a llevar bufanda. Nuestros pasos desaparecían a medida que la nieve los cubría con su presencía, haciendo que su rastro se perdiese en el olvido.
Sin embargo, lo mejor de todo eran los días que nevaba tanto que suspendían las clases. Esos días que anunciaban que no tendrías que madrugar, que no tendrías que preocuparte por hacer tus deberes y, lo mejor, que no tendrías que hacer nada más que jugar en la calle con tus amigos lanzando aquellas bolas blanquecinas e imperfectamente redondeadas a sus rostros.
Los problemas llegaron con el tiempo, cuando crecimos, cuando comenzamos a madurar, cuando entedimos que la vida no era sencilla. Ansiamos hacernos mayores para, una vez allí, desear retroceder en el tiempo, como si fuese tan sencillo. Y ahora me arrepiento, me arrepiento porque la mayoría de mis recuerdos se basan en mi deseo por crecer, por ser mayor. Esa es la razón por la que odio tanto la nieve, porque hace que me acuerde que hubo una vez en la que solo me importó que pasase el tiempo, en la que solo quería que los años transcurriesen como lo hacen los segundos; y que era entonces, en invierno, cuando disfrutaba como una niña de mi edad, mientras la nieve enterraba los problemas que me abochornaban constantemente. Sin embargo, el conflicto volvía a comenzar en febrero, cuando la superficie verdosa volvía a aparecer mostrando el principio del fin del invierno.
Y aquí estoy ahora, con diecinueve años lamentándome por haberme lamentado una vez de ser pequeña. Aun así, ¿quién sabe? Puede que dentro de unos años haga lo mismo, arrepentirme de no haber disfrutado de la juventud que me queda.
Pero por ahora solo tengo una cosa que hacer, recordar.