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domingo, 9 de febrero de 2014

Al ritmo de las palabras



-¿Qué te pasa?

-Estoy deprimida. 

-¿Y eso?

-Nada, tonterías. 

-¿Es acaso la hipocresía de la gente lo que te deprime? ¿El tener que encajar en una sociedad a la que no perteneces? ¿Que tengas que fingir una sonrisa delante de todos cuando es mentira? 

-¿Qué dices? Soy feliz. Vale, sí, puede que mi vida no sea perfecta, pero estoy bien con mis amigos, con mi familia y con mi pareja. Es la música lo que me deprime. 

-¿Hablas en serio? Pero si la música es una de las mayores fuentes de inspiración que hay en todo el mundo. Te transporta a otros lugares, te hace llorar, reír... ¿Qué tiene de malo?

-Es una música estancada, bastante morbosa. No sabe tratar de otra cosa que no sea o sexo o la muerte. Me parece muy bien que los cantantes estén cachondos y necesiten tirarse al primero que ven en una discoteca, pero ¿no piensan que, al final, resulta un poco cansino? En cuanto a lo de la muerte no hace decir por qué deprime. ¿Qué ha pasado con la otra música, la música que enseñaba unos valores? La música antes era de otra manera, y lo más deprimente que podías oír era una canción sobre el desamor. No quiero decir que ahora no haya canciones que hablen de otras cosas, pero no es lo que más se oye en la radio, ¿o me equivoco?

-Podrá resultar todo lo cansino que quieras, pero la música más comercial suele hablar siempre de sexo, o al menos lo insinúa. Y la música sobre la muerte, no habla realmente sobre ella, sino sobre los sentimientos del cantante que los plasma de esa forma. ¡Ah, y te olvidas de las canciones que hablan de las fiestas o de las drogas!

-No me he olvidado. Tarde o temprano, acaban hablando de sexo. No falla nunca -saca su MP3 del bolsillo-. Y como, por desgracia amigo, mis quejas no van a cambiar nada, voy a escuchar música para deprimirme un poco más. 

domingo, 2 de febrero de 2014

Memories





Recuerdo mi primera vez. La primera vez que me enamoré. Tenía quince años y por aquel entonces lo único en lo que pensaba era cómo sería Britney Spears desnuda y que era suficientemente mayor como para que me gustara Pokemon. 

La conocí una noche de verano, tenía la misma edad que yo y nuestras aspiraciones eran similares. No habían pasado tres horas y ya estábamos juntos. Locura, lo llamaban los mayores; romántico, lo llamaban aquellas niñas que aún veían Disney Channel.
Los primeros días fueron los más incómodos y, a la vez, felices. Más que novios, parecíamos dos amigos que se cogían de la mano y se besaban de vez en cuando.
Pero luego surgieron los problemas. No es que fueran graves ni nada parecido, pero éramos muy jóvenes, y lo que ahora nos parecería piedras en aquel momento eran muros gigantescos que nos separaban de la fortaleza del amor. Habíamos perdido ya la lucha antes de comenzarla y no fuimos lo bastante fuertes como para continuar. 
Nuestra última conversación estuvo repleta de lágrimas y falsas ilusiones. Era ella la que lloraba. Yo no, porque consideraba que era lo políticamente correcto, que en realidad no la quería y había sido sólo una fácil diversión. Pero, ¿a quién quería engañar?
Poco a poco, sus lágrimas se secaron: y poco a poco, las mías florecieron, marchitando todo mi jardín de júbilo. No es que ella fuera la única, pero sí la que más me llegó. Y es que el primer amor nunca se olvida.
A veces fantaseo que la vuelvo a ver, tomamos un café y recordamos todos aquellos momentos que una vez nos hicieron reír. Que en el último momento me dice que me ha echado de menos y volvemos juntos. Pero, ¿a quién quiero engañar?
La verdad es que no supe apreciar lo que tenía. A veces me recrimino que, de haberla conocido más tarde, a lo mejor hubiéramos podido tener nuestro vivieron felices y comieron perdices
Tal vez, mientras escribo esto en una cafetería, ella pase de largo por la calle y finja no conocerme tras verme por la ventana. O, simplemente, no me reconoce. Quizás, ella ya ha entrado y pedido su café y como yo estoy tan distraido desahogándome no me he dado cuenta. Puede que le diga hola y le pregunte si la conozco de algo. Le diré otro nombre para que no sepa que soy quien le rompió el corazón, sino su hermano gemelo aun siendo hijo único. 
Pero no está, se fue y no volvió. Mejor dicho, la eché de mi vida y ella siguió mi mandato a rajatabla. Mi causa creó un efecto en ella. Las consecuencias son estas. A lo mejor algún día puedo rectificarlas. Pero, ¿a quién quiero engañar?