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domingo, 26 de enero de 2014

Entre las sombras





Este relato es ficción. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.

Su nombre era Amanda Addison. Amy para los amigos. Doble A para él. Desde que era pequeña, le habían inculcado que los Lobos era la banda más peligrosa que se encontraba en el bosque. Tal vez fuera porque el linaje de los Addison se encargaban de intentar acabar con aquellos vándalos tras una enemistad de familias o porque realmente fueran peligrosos. 
Y creció, creció como un pájaro libre con cadenas al que le impedían volar. Como era normal, debía formar parte del grupo que cazaba a los Lobos. Y no sólo estaba su familia, sino muchas más del pueblo. 
Aunque al principio daba la sensación de que era bastante enclenque, pronto demostró todas sus aptitudes y se convirtió en la más temida por los Lobos. La capa con capucha roja era como su símbolo, muestra de que pronto la oscuridad del bosque haría desaparecer a uno de a ellos y a ella conseguir una victoria más. 
Entonces apareció él, un joven que afirmaba que los Lobos le habían arrebatado todo lo que su familia era. No pertenecía al grupo, y aunque ella le recomendó que lo hiciera, este se negó en rotundo. Poco a poco, ella no supo cómo, él la enamoró con su encanto. La atrajo de tal modo que un día le incitó que hicera algo loco. Que hiciera justicia. Que acabara con los Lobos de una vez por todas. Y, es que sabía perfectamente dónde estaba su morada y la forma idónea de tenderles una emboscada. 
Ella, loca de amor, le hizo caso. 
El plan era que pillara por sorpresa a los Lobos en la casa abandonada del campo que utilizaban como modesta residencia. Iría sola, dado que no había que levantar sospechas. Él avisaría a los demás para que la siguieran y así actuar como refuerzos. 
Fue por el camino que le había indicado. Casi sintió pena. No le hacía gracia, pero esa era la única forma de acabar con los Lobos. Creía haberla amado. Llegó a la casa. Pero la familia era lo primero. Todos estaban esperándola. Puede que algún día se arrepintiera. Estaba sola. Pero ahora no.
Nadie volvió a ver a Amanda Addison desde aquel día. Lágrimas y sollozos después, encontraron su capa roja en una cabaña supestamente abandonada. Hacía semanas que su novio había huido y faltarían unas cuantas para que se supieran que era un infiltrado de los Lobos que quería desestructurar el grupo por dentro. 
La gente comenzó a especular. Había algunos que afirmaban que Amanda ahora pertenecía a los Lobos y era la líder de ellos junto a él. Otros afirmaban que había conseguido huir en el último momento. Pero unos últimos se ponían en lo peor. 
Poco a poco, la gente fue modificando la historia a su antojo. El novio se convirtió en un animal que representaba a la antigua banda. Después, rejuvenecieron a Amanda y pasó a ser una niña. Hasta llegaron a crear a una abuelita inexistente y una cesta que Amy tenía que llevarle. 
Pero ya no era Amanda Addison. 
Ahora era Caperucita Roja. 

domingo, 19 de enero de 2014

Relacion iPhonetástica



La palabra iPhone hace referencia a la vida, no al móvil de la marca Apple.

Recuerdo la primera vez que te vi. Fue en AppStore, mientras estaba desesperada por encontrar una nueva aplicación que satisfaciera mis necesidades. Y ahí estabas tú, mostrándote como la perfección de todo lo que podía creer conocer. Me hiciste pensar que tú, creador de tu locura, te habías hecho  ti mismo de forma altruista, de forma que no me costase nada acceder a ti y disfrutar de todo lo que podíamos ser tú y yo.
La primera actualización fue bastante buena, la segunda incluso mejor que la primera. Pasaba horas y horas contigo porque me hacías feliz. Me llenabas como ninguna persona podía hacerlo, o eso creía...
Entonces comenzaron los problemas. Me pedías constantemente dinero con el pretexto de que si quería seguir usando esa aplicación debía pagar una cierta cantidad de dinero cuando tú precisases de él. Para estar juntos, decías. 
Pero eso no fue suficiente. Cada vez ocupabas más espacio en la memoria interna. Entonces tenía que elegir: o ellos o tú. Renuncia a él, no es más que escoria en tu iPhone, solían comentarme las demás aplicaciones cuando mostraba mi deseo de hacerlos desaparecer de mi iPhone para siempre. Pero tú siempre estabas por delante de los demás. 
Primero fueron aplicaciones recientes que había conocido incluso antes que a ti. Alegabas que eran una mala influencia para mí, y siempre me recomendabas aplicaciones amigas con las que has tenido más de un roce virtualmente cariñoso. 
Después fui apartando de mi iPhone aplicaciones que me habían acompañado desde el principio e incluso antes de existir. Pero tú seguiste creciendo, ocupando el espacio que no tenía, oprimiéndome hasta sentir que me faltaba el aire. Y, ¿lo peor de todo? Estaba sola.
Esa felicidad que me dabas había desaparecido, me advertías de que el espacio del iPhone era insuficiente para que continuaras ahí, que el dinero que te daba no era el que tú me pedías. Poco a poco, el níveo cristal rectangular que formaba mi vida se resquebrajaba, y yo no hice nada por evitarlo, hasta que mi iPhone colapsó en el suelo. Recuerdo esa sonrisa que esbozaban mis labios porque creía haberte dejado para siempre. Comenzaría desde cero con un nuevo iPhone, lejos de ti, y con la gente que me había acompañado y que seguro que me perdonarían. 
Sumida en el abandono y la preocupación, era demasiado tarde para librarme de ti, para intentar soltarme de los códigos de cuatro números que me bloqueaban constantemente mi acceso a ti. 
Pero no era demasiado tarde para que me apagaras.

Hay personas que aportan felicidad, otras que no aportan nada y unas que hacen daño. Es difícil deshacerse de estas últimas, pero aún es más difícil intentar sobrevivir junto a ellas.


sábado, 11 de enero de 2014

El adiós del silencio


Ella:

-¿Lo importante está en el interior? ¡Y una mierda! Siempre nos han dado la lata con que da igual que seas muy feo, que si eres buena persona el karma te lo recompensará con cien mil chicos. Vale, dime, ¿dónde están todos esos chicos? Porque, fíjate, Jasmine es buena persona, pero luego nada. Si al final a los chicos sólo les importa una cosa, un par de tetas y un buen culo.
Los chicos son bipolares, en serio. Si eres rubia, eres tonta y entonces no les gustas; pero si no les gustas es porque aaah, no eres rubia. Si eres delgada, malo porque no tienen dónde agarrar; si estás rellenita, malo también. Las mujeres altas no les gustan, pero luego siempre les van las que llevan un buen tacón. Hay que ir muy arregladas para atraer a uno, pero luego se quejan de que sólo nos quieren naturales. ¿Lo importante está en el interior? Eso sólo se lo dicen a los feos.

-Aaaah, eres fea. 

-Tú eres tonta, de verdad. 

-Bueno, yo no soy la que se ha peleado con su novio. 

-Pero es que no lo entiendo, de verdad. Me dice que me quiere mucho pero luego me ignora porque considera que su Play Station es más importante que yo. 

-¿Pero tú lo quieres?

-¿A quién?

-A Él. 

-Más que a nadie.

-Entonces, ¿por qué te centras tanto en lo que no te gusta de Él?

-Porque me pone de los nervios.

-¿Y no sería más fácil olvidar lo malo y centrarse en lo bueno? Nadie es perfecto.

-Lo sé. Es el único al que le gusta el mismo estilo de música que a mí, me hace reír cuando yo misma creo que no volveré a hacerlo, me ayuda cuando tengo problemas... ¡Ah! Y tolera mi amor por Bob Esponja. 

-¿Y por qué no intentas arreglarlo con Él?

-Porque Ellos deben dar el primer paso, como me han dicho siempre. Si Él no me llama, me demostrará que en realidad no le importaba. Y eso, amiga mía, me dolería mucho. 

Él:

-¿Lo importante está en el interior? ¡Y una mierda! Cuando era pequeño mi madre me lo decía constantemente. Que no, hijo, que lo de fuera no importa; que hay que ser bello por dentro. Eso me lo diría porque me vería feo, o tonto... ¡O las dos cosas! Pero luego las tías siempre buscan lo mismo. 
Las chicas son bipolares, en serio. Dicen que les da igual el tamaño, pero luego cuanto más grande, mejor. 

-Aaaah, la tiene pequeña. 

-Tú eres estúpido, de verdad. 

-Bueno, yo no soy el que se ha peleado con su novia. 

-Pero, es que no la entiendo, de verdad. Me dice que me quiere mucho y me consta, pero luego me ignora porque hacen su serie favorito y luego me reprocha que yo la ignoro con la Play Station. 

-¿Pero tú la quieres?

-¿A Ella?

-Sí. 

-Daría mi vida si hiciera falta.

-Entonces, ¿por qué te centras tanto en lo que no te gusta de Ella?

-Porque me saca de quicio.

-¿Y no sería más fácil olvidar lo malo y centrarse en lo bueno? Nadie es perfecto.

-Lo sé. Es la única que sabe con mirarme qué es lo que me pasa, siempre me apoya con lo que me gusta y comparte mi afición con los Power Rangers. 

-¿Y por qué no intentas arreglarlo con Ella?

-Porque la he fastidiado demasiado como para que me perdone. Sé que diga lo que diga nunca lo arreglaré con Ella. Y eso me entristece... aunque tengo la confianza de que Ella me llame para demostrarme que, cuanto menos, me ha perdonado. Y cuando eso ocurra, amigo mío, seré la persona más feliz del mundo. 

La gente se refugia en el orgullo y en el miedo inconscientemente con la esperanza de que les ayudará a solucionar un problema con sus amigos, parejas, etc.; cuando no se dan cuenta que lo único que harán será destruir los pilares de su tan perfecta relación.


¡Hola! Primero, antes de nada, quiero daros las gracias por los 
300 seguidores. Sin vosotros no habría podido ser posible. 
Segundo, me apetecía dedicaros esta entrada por ser los mejores. 
¡Muchas gracias y espero que la disfrutéis!

sábado, 4 de enero de 2014

Lo que la apariencia esconde




Albi no es feliz.

Alexandra Albertson tiene dieciséis años y no es feliz. No es que lo sea realmente, pero le falta todo aquello que podría hacerla feliz de verdad. Desde que era pequeña, había sido rechazada socialmente por la mayoría de sus compañeros sin razón alguna y sus amigos se resumían a los tres o cuatro inadaptados que no encontraban a gente con quien estar, como ella.
Cuando pasó al instituto, sin embargo, Cynthia era la única amiga de ese grupo marginado que la acompañaría. Albi tomó el nuevo comienzo como una oportunidad para extender sus alas, para volar y salir del nido. Pero su suerte no fue así. Mientras que Cynthia encontró nuevos amigos que la aceptaron de buena gana, Albi se quedó arrinconada en un lugar oscuro del que no pudo escapar.
Albi estaba en los recreos sola. Comía en los lavabos para que la gente no se percatase de que era lo suficientemente inadaptada como para no integrarse entre el gentío de adolescentes que fluían en los pasillos como las acuarelas en los lienzos.
Un día, al salir del lavabo, se encontró con K-O. Es tan popular, tan guapa, tan afortunada. Todas las chicas con dos dedos de frente desean ser ella, llevar a los chicos detrás como si fueran perros falderos y sobre todo, tener amigos, montones de ellos. Albi está segura de que K-O era la perfección. Daría todo lo que fuera por ser ella. Albi quiere ser K-O.

K-O no es feliz.

Katherine Osborne tiene dieciséis años y no es feliz. La gente la llama K-O para hacer un juego de palabras con sus dos iniciales y a la vez para bromear con el hecho de que los chicos se derriten por sus huesos cada vez que la ven pasar con su minifalda de cuadros.
A primera vista, K-O tiene todo lo que podría desear cualquier adolescente de su edad: chicos, un buen status social en el instituto, amigas, ser la capitana de las animadoras... Pero todo ello se acaba una vez cruza el umbral de su destartalada casa. Y es que su vida familiar se resume en la soledad perpetua porque su padre es ludópata, su madre, alcohólica y su hermana mayor se pasa la mayor parte de las horas trabajando. Para que ésta pueda ir a estudiar, suele decir constantemente. Llora casi todas las noches por tener una familia feliz, incluso aunque tuviera que renunciar a todo aquello que había conseguido. Porque después de todo, dentro de dos años todo se acabaría y la gente se olvidaría de ella. Lo único que quedaría en su vida serían los resquicios de una familia rota.
Un día se encontraba esperando en la entrada del instituto a que el chico que la acompañaba en ese momento a todas partes (novio se hacía llamar) la recogiese. Odiaba que la hicieran esperar, y tal vez eso fuera una excusa para deshacerse de él. Sin embargo, no sabía que esa espera le cambiaría la vida.
     Hola escuchó a sus espaldas.
Cuando se giró, observó a una chica menuda que le tendía un pintalabios. La había visto varias veces en el instituto, pero no podría recordar dónde ni cuándo.
     –Se te ha caído el pintalabios del bolso.
K-O lo metió en el bolso. Le agradeció que lo hubiera encontrado con palabras exigentes, que le pedían que le dijera cómo se llamaba.
     –Soy Alexandra Albertson, pero todo el mundo me llama Albi porque...
   –Vale –respondió cortante, dado que no le interesaba el origen del apodo de una chica con la que seguramente no volvería a hablar.
Permanecieron en silencio durante varios minutos. La presencia de Albi la agobiaba, no dejaba de sentir cómo sus ojos la escrutaban sin descanso. Pero, a los pocos minutos, una mujer de mediana edad apareció y se acercó de forma bastante decidida a Albi.
     –Ya estoy aquí –comentó de forma vehemente. Comenzó a hablarle a Albi como si K no estuviera presente–. Estaba pensando que primero podríamos ir a comprar los regalos de Navidad y después podríamos hacer los muñecos de jengibre que tanto os gustan a Nick y a ti.
     –Mamá... me estás aborchonando –dijo Albi por lo bajo para que sólo la escuchase su madre e hizo un ademán con la cabeza para que observase que no estaban solas.
     –Ah, hola –exclamó eufórica cuando vio a Katherine–. Es la primera vez que te veo, ¿eres amiga de Albi?
Ninguna de las dos jóvenes respondieron. La madre tomó el silencio como un no, además de que sabía la situación social de su hija. Lo había hecho todo porque tuviera amigas. Todo.
     –Da igual –continuó–. ¿Te apetece venir con nosotras y nos ayudas con los muñecos de jengibre?
     –¡Mamá!...
     –Me encantaría, pero ya he quedado –fue lo único que contestó K-O.
Albi se fue indignada esa tarde con su madre por haber siquiera haberle propuesto a la mismísima Katherine Osborne el pasar la tarde con toda su familia cuando ella seguro que estaba demasiado ocupada como para aceptar la invitación de una desconocida.
K-O se quedó estupefacta toda la tarde e incluso no fue capaz de hablar delante de Robert... Roger... o lo que fuera. Dudaba si las Navidades con su familia serían acaso el intento de las Navidades fallidas. Desde ese día, cada vez que ve a Albi, a su madre o alguien que parezca pertenecer a su familia siente una punzada de odio y envidia. Ella siempre ha querido tener una familia así, que la mimara y la quisiera de verdad. Daría todo lo que fuera por ser ella. Desde entonces, K-O quiso ser Albi.
 
No hay que fijarse sólo en las apariencias, porque a veces éstas
 pueden ser un disfraz para ocultar una horrible realidad.